Al Gitano Ruiz, que jugaba de centrojás y la pisaba
Sentado en las desechadas cajas de cartón del Mercado Viejo, cartones apilados que habían contenido huevos o latas de conserva, miraba al Gitano Ruiz, que bajo el chorro del piletón de los pescaderos, acentuando la carnosidad anhelante de sus labios, imploraba borracho: “Quiero más café.”
La barra se divertía con su módico drama y yo me hundía más y más en los cartones, y les iba dando la forma complementaria de mi cuerpo, la forma de un sillón retacón y cómodo, armado por las capas superpuestas de una especie de hojaldre corrugado.
(Una obra de arte precursora del diseño escandinavo, se diría hoy, si se hubiese conservado en algún museo del mueble efímero.)
La módica tragedia del Gitano cobraba un grave patetismo ante mis azorados ojos infantiles. Los gritos, las risas, las burlas afectuosas de la muchachada, volvían la escena más absurda y escarnecedora, hasta que se fueron convirtiendo en un balbuceo incomprensible, que semejaba la parodia de un idioma inexistente.
Entonces me quedé dormido.
Fue un sueño de cartón. De cartón y mimbre.
Repetía, con el ligero matiz irónico de los sueños, una secuencia única, conocida, cómoda como zapato viejo: la escena de la Celebración del Mimbre.
Era el atardecer y pasaba frente a la puerta de mi casa el recargado carretón del mimbrero, con sus percherones de tiro, el farol a querosén bailando abajo y un infaltable perrito seguidor. El barrio se llenaba de una solar luz vegetal. Las canastas y canastones, las sillas y mecedoras, las mesas oblongas que se retorcían e interpenetraban en incesantes curvas, mantenían en tenue balanceo su increíble equilibrio, como si llevaran a conciencia, delicada y muellemente, la pausada tardanza de los artesanos.
El carretón pasaba una y otra vez en cámara lenta, interminable. Yo lo veía pasar, sentado en el umbral de mi caserón de higueras y magnolias, como décadas después al buque de Fellini.
Se hizo noche y me anduvieron buscando. Cuando volví a mi casa el alivio era bronca, amor, silencio.
A los amigos de los barrios, los amores y las revoluciones
Archivo del blog
-
▼
2007
(39)
-
▼
diciembre
(39)
- © Eduardo Lucio Molina y Vedia
- Labrar la palabra
- Simulacro
- Ceremonias
- Gitano
- Adolesciendo
- Diásporas
- Rehúses
- Alcira
- La fuga
- Digresión
- L'orologio
- El diario
- Aunque nos maten
- Festín
- El Ojón
- Galerías
- Isagoge
- Mascarón de proa
- Loto
- Madrugada
- Loba
- Deschave
- Versus
- Marcada
- Amistad
- Colombina
- Dinorah
- Visita
- Vaticinio
- Rita
- Cauces
- Introito
- Filial
- Jonás
- Guerrera
- El día de los inocentes y un Borges apócrifo
- En este artículo hay una leve inexactitud
- Borges apócrifo
-
▼
diciembre
(39)
Acerca del autor
Biobibliografía
Eduardo Lucio Molina y Vedia (Buenos Aires, 1939), como otros muchos escritores, viene del periodismo. Éste, su primer libro, reúne textos elaborados durante las últimas dos décadas. Incluye desde cuentos hasta los autorretratos femeninos de la sección “Galerías” y un ejercicio de mimesis borgiana, Vindicación de El nombre”, sugerido por un curioso episodio con motivo del día de los inocentes de 1984. Molina y Vedia inició su trayectoria en 1958 en “El Territorio” de la ciudad de Resistencia y ocupó en Buenos Aires jefaturas de sección en el semanario “Primera Plana” y el diario “La Opinión”, entre otras publicaciones. En México desde 1977, colaboró en periódicos y revistas, tradujo una veintena de libros, dirigió “le Monde diplomatique en español”, se desempeñó como corresponsal de la agencia Inter Press Service y fue jurado en 1983 del Premio de Traducción Literaria Alfonso X. Algunos de sus cuentos fueron publicados en la revista argentina “Utopías del Sur” y en las mexicanas “Plural”, “Topodrilo”, “El Alfil Negro”, “Revista de la Universidad Autónoma del Estado de México”, “Filo rojo” y “Andamio”, así como en una plaquette de Editorial Mixcóatl.
No hay comentarios:
Publicar un comentario