Visita

Me instalo de nuevo a la vuelta de los años como la intrusa de siempre en la casa donde me crié y salvo el gato Richelieu nadie nota mi presencia. Nunca pude sentirme a mis anchas en esta familia postiza que me quiso sin éxito.
Ocupo mi silla preferida aunque me quede grande, como el abrigo que llevo, las frías habitaciones, mis hermanastros contiguos y distantes, mi padre natural. No olvido ese mediodía de mi infancia en que me presentó ante todos en la mesa del domingo y hubo que poner un plato más, su juego de cubiertos, el vaso, en medio de un silencio digno.
Confirmo una desolada pertenencia en los rostros de mis ancestros, el parecido que nadie me puede arrebatar.
No pido un reconocimiento que nunca tuve. Sólo que me dejen estar un rato entre estos muebles, rodeada de la escenografía de mi exclusión.
Soy Carmen Salerno.
Vengo por mi herencia.