A los amigos de los barrios, los amores y las revoluciones

Eduardo Lucio Molina y Vedia
eduluc_2000@yahoo.com.mx

Simulacro

El inicio de mi inclusión paulatina en el espanto de la muerte, la primera noticia de la finitud de las formas, fue esa imagen que no me abandona desde la infancia, hace medio siglo. Una enorme yegua insolada de pelaje rojizo oscuro, boqueando, tendida a todo su largo sobre la vereda de la ochava, a la que daba la ventana del cuarto donde me despertaron de la siesta las voces y los baldazos, el castañetear de los cascos desesperados sobre las baldosas.
Belfos anhelantes, desenfrenada dentadura equina, agua inútil brillando entre las crines bajo el sol vertical del verano porteño, fuelles abriendo y cerrando costillares, afán de los hombres por salvar a la bestia.
La escena atravesó las décadas asomándose por los entresijos de la conciencia como una señal cruda y diáfana, sin énfasis.
Fue preciso que la idea de los finales, del propio fin, encarnara en la región de las certidumbres, para que la tácita interrogación sobre ese acotado destino animal, como el mío, sobre ese episodio que el recuerdo rescató de entre olvidos y memorias familiares, tuviera su ambigua respuesta.
Murió allí la yegua insolada, que unos evocaban blanca y otros overa. Hacía unos meses, me contaron con el tiempo, habían pavimentado las calles de tierra con unas maderitas duras que devolvían el calor. Una causa plausible: la bestia y los hombres que la manejaban no midieron los efectos combinados del trabajo de tiro, el sol calcinante y el reflejo del calor del suelo, arrastrando quizá un carro con frutas o verduras por las calles de Villa Ortúzar.
Pero a aquel niño de dos años y medio en ese enero del 42 la imagen le había dicho otra cosa, algo más de fondo. Que tras las causas está una causa, elusiva, desconcertante, inverosímil.
Se lo siguió diciendo, persuasiva, a través de los años, las geografías, las amistades y las discordias del mundo y de la gente, de un modo discreto y tenaz, como disculpando el exabrupto, fijándolo a aquella ochava como al lugar de su destino, soleado y letal.

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Acerca del autor

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Biobibliografía

Eduardo Lucio Molina y Vedia (Buenos Aires, 1939), como otros muchos escritores, viene del periodismo. Éste, su primer libro, reúne textos elaborados durante las últimas dos décadas. Incluye desde cuentos hasta los autorretratos femeninos de la sección “Galerías” y un ejercicio de mimesis borgiana, Vindicación de El nombre”, sugerido por un curioso episodio con motivo del día de los inocentes de 1984. Molina y Vedia inició su trayectoria en 1958 en “El Territorio” de la ciudad de Resistencia y ocupó en Buenos Aires jefaturas de sección en el semanario “Primera Plana” y el diario “La Opinión”, entre otras publicaciones. En México desde 1977, colaboró en periódicos y revistas, tradujo una veintena de libros, dirigió “le Monde diplomatique en español”, se desempeñó como corresponsal de la agencia Inter Press Service y fue jurado en 1983 del Premio de Traducción Literaria Alfonso X. Algunos de sus cuentos fueron publicados en la revista argentina “Utopías del Sur” y en las mexicanas “Plural”, “Topodrilo”, “El Alfil Negro”, “Revista de la Universidad Autónoma del Estado de México”, “Filo rojo” y “Andamio”, así como en una plaquette de Editorial Mixcóatl.